Las tormentas Eta y Iota dejaron 1.7 millones de personas damnificadas en Guatemala. Meses después, los daños en los cultivos, la ganadería, las carreteras y las viviendas permanecen. Tania Guillén Bolaños, investigadora del Centro de Servicios Climáticos de Alemania (GERICS), en esta entrevista relaciona el impacto de esos huracanes con el cambio climático y analiza las consecuencias socioeconómicas de estos fenómenos naturales.


Tania Guillén forma parte desde 2016 del Centro de Servicios Climáticos de Alemania (GERICS), un organismo que asesora y brinda información científica al gobierno alemán y a empresas en sus políticas y esfuerzos por adaptarse al cambio climático. El centro fue creado en 2009 por el Gobierno Federal de Alemania, como parte de su estrategia de alta tecnología para la protección climática.

La ingeniera ambiental nicaragüense, especializada en adaptación al cambio climático, participó en la elaboración del reporte especial  El calentamiento global de 1.5ºC, del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).

Guillén tiene experiencia en gestión ambiental de áreas protegidas y en asesoramiento técnico a municipalidades. Además, ha dado seguimiento a las negociaciones climáticas de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) desde hace 10 años, donde ha sido observadora representante de organizaciones de sociedad civil de Centroamérica.

Guillén, que cuenta con una maestría en manejo de recursos naturales de la Cologne University of Applied Sciences, en Alemania, explica que es posible que en el futuro, en la región centroamericana, los ciclones tropicales no sean más frecuentes, pero sí más intensos, al punto de convertirse en huracanes como sucedió en algunos países con Eta y Iota.

En noviembre de 2020, estas tormentas dejaron solo en Guatemala a 1.7 millones de personas damnificadas, con daños directos en su salud o sus viviendas, y un total de 2.4 millones de afectados indirectamente, según las cifras reportadas por la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred). En Centroamérica, la Organización Panamericana de la Salud calcula más de 6.5 millones de personas directamente afectadas.

La científica asegura que Eta y Iota fueron unos fenómenos extremos y deberían servir para que los gobiernos adapten sus políticas al cambio climático, que tiene consecuencias socioeconómicas graves, como la falta de seguridad alimentaria y la migración.

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En noviembre de 2020, el huracán Iota (que se convertiría luego en tormenta tropical) golpeó Centroamérica; sólo dos semanas después de que lo hiciera la tormenta Eta. ¿Fue este un fenómeno inusual?

Fue un caso extremo porque en los registros no teníamos la incidencia de dos

huracanes de categoría 4 o 5 impactando la misma zona en el término de dos semanas. Fueron condiciones extremas a las que tanto los gobiernos como las poblaciones se enfrentaron. Estamos hablando de ciclones en las máximas categorías. Los vientos estaban en su velocidad máxima. Es un fenómeno hidrometeorológico extremo, así se le denomina.

Como centroamericanos, sabemos que todos los años tenemos temporadas de huracanes que afectan diferentes áreas de los países. Pero en este caso tuvimos la misma ruta para los dos huracanes en ese período. Sé que Nicaragua se enfrentó a esa situación por primera vez. Es un fenómeno excepcional.

[Lee aquí el análisis de Rüdiger Escobar Wolf sobre los fenómenos naturales y la gestión de riesgos]

¿Es una consecuencia del calentamiento global que ocurriera de esa manera?

Desconozco en este momento si ya se finalizaron estudios que determinen ese extremo. Sé que hay una red de científicos que está trabajando en ello. Pero en el caso del huracán Katrina, que afectó en 2005 a New Orleans, en Estados Unidos, hubo análisis que se referían a que el cambio climático aumentó la probabilidad de que ese fenómeno pasara.

¿Es probable, entonces, que sean más frecuentes los huracanes como Eta y Iota en la región centroamericana?

En el caso de los huracanes, lo que se ha identificado y muchos artículos científicos dicen, al igual que los reportes del IPCC (el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), es que quizá la frecuencia de los huracanes no va a aumentar, pero sí la intensidad. Eso es lo que hasta ahora la ciencia argumenta con una certeza media, con una confianza media.

El 2020, de hecho, fue el año más activo del océano Atlántico. Antes había la misma cantidad de fenómenos, pero no alcanzaban a tener un nombre porque no tenían la intensidad que ahora alcanzan. El año pasado fueron más de treinta fenómenos los que llegaron a tener un nombre. Por eso es que fue el año con más huracanes, porque hubo fenómenos que alcanzaron una intensidad específica, una velocidad específica en sus vientos. Es decir, no es necesariamente que los ciclones tropicales vayan a ser más frecuentes, pero sí podría haber más de mayor intensidad, hasta convertirse en huracanes.

¿El impacto de esos fenómenos será mayor si continúa la deforestación?

Sí. Y a medida que tengamos protegidos los ecosistemas de nuestros manglares, también las zonas costeras serán menos afectadas cuando haya inundaciones o marejadas.Esto se debe a que los bosques reciben gran parte de la fuerza. Por ejemplo, Eta y Iota entraron por zonas en las que todavía hay grandes manchas de bosques. Mis colegas me han comentado que el bosque ahí quedó afectado, pero las comunidades que fueron evacuadas no tuvieron la afectación que hubo en otras que recibieron el impacto directo. 

Pero los bosques también tienen un límite. Estamos hablando de que recibieron dos huracanes de categorías 4 y 5 en el plazo de dos semanas. El bosque no tuvo tiempo de recuperarse. Es una situación extrema que nos pone en condiciones complicadas.

Aparte del aumento en la intensidad de las tormentas, ¿qué otros fenómenos relacionados con el calentamiento global podrían afectar a la región centroamericana?

Tal vez el asunto no es acerca de nuevos fenómenos, sino sobre la intensidad de los fenómenos de siempre. En el caso de los huracanes, la comunidad científica todavía no se siente totalmente cómoda en decir que lo que está pasando es consecuencia del cambio climático. Pero se ha identificado, con estudios llamados estudios de atribución, la probabilidad de que un fenómeno haya aumentado por el calentamiento global.

En Managua, por ejemplo, estábamos acostumbrados a que el invierno entraba a mediados de mayo a más tardar. Pero hace un par de años, las primeras lluvias fueron a finales de ese mes, creo que fue el 27. En esa ocasión llovió en dos horas lo que no había llovido en todo mayo, según los registros. Esos extremos son los que podríamos encontrar con mayor facilidad a medida que se incrementa el calentamiento global.

Otro caso similar es la sequía, que podríamos tenerla con mayor frecuencia e intensidad. Sequías también ligadas al fenómeno del Niño. Para Centroamérica está claro que la temperatura aumentará y que la mayoría de la región tendrá un déficit hídrico.

¿Cómo puede afectar todo esto a las siembras de subsistencia, como las de maíz y frijol, que son fundamentales en la región?

Todos los cultivos tienen rangos en los cuales pueden desarrollarse de manera adecuada. Mayores temperaturas implican un mayor estrés para las plantas y una sequía también implica un estrés hídrico. Los agricultores de la región no tienen acceso a financiamiento y a tecnología para enfrentarse a algo así. Podría significar inseguridad alimentaria y aumento de los precios de los granos básicos.

¿Existen proyecciones de cuándo podría empezar un cambio significativo en la agricultura?

No podemos ser absolutos con los números. Pero el aumento de un grado de temperatura ya ha significado reducciones en la agricultura y un calentamiento mayor a dos o tres grados implicaría zonas en las que ya no se podría sembrar. Pero cuándo alcanzaremos esos dos o tres grados no lo podemos determinar ahora.

Con todo lo que comenta, y en comparación con otras regiones, ¿qué  tan afectada está siendo Centroamérica por el cambio climático?

La región centroamericana es la zona tropical más sensible al calentamiento global. Aunque hay zonas del planeta donde incluso se podría llegar a cuatro grados ya de calentamiento en el promedio. Por ejemplo, las regiones del Ártico, que se ha identificado que han sido la zona con mayor calentamiento hasta ahora.

¿Qué hace que Centroamérica sea la zona tropical más sensible?

Nuestra ubicación geográfica nos da puntos extra para ser la más sensible. Centroamérica es un istmo delgado y estrecho entre las dos masas continentales de Norteamérica y Sudamérica. Tenemos además bastante influencia del mar Caribe y de dos océanos: el Pacífico y el Atlántico.

Y tenemos también algo que no es parte de la sensibilidad climática, sino que es parte de la vulnerabilidad. Me refiero a las condiciones socioeconómicas que ponen a poblaciones empobrecidas en condiciones de vulnerabilidad. Y es ahí donde juegan muchos aspectos. Cuando se habla de cambio climático, no sólo se habla de la parte ambiental, sino también del componente socioeconómico.

¿Cómo deben entonces prepararse los gobiernos de la región?

Primero, los gobiernos tienen que informarse. Cada uno debe basar sus decisiones en la información más reciente y robusta que esté disponible. Por ejemplo, si los gobiernos establecen un plan de infraestructura para el país, este debe considerar los escenarios climáticos.

Hasta hace poco, los gobiernos planeaban sus proyectos de infraestructura pensando en el pasado. En preguntas como: “¿Cada cuánto hemos tenido estas inundaciones en estas zonas?”. Pero ahora esa intensidad o esa frecuencia puede variar y tenemos que planear viendo hacia el futuro. Uso el ejemplo de la infraestructura porque es el más sencillo. Pero es indispensable que los gobiernos se fundamenten en la información climática, las proyecciones y los escenarios para tomar decisiones en todos los sectores económicos y sociales.

El huracán Mitch, que afectó a esta región en 1998, hizo que nuestros sistemas de preparación, prevención y respuesta a los desastres naturales básicamente sean lo que son hoy en día. Detonó todo el trabajo. Eso es algo que debe fortalecerse porque somos una región vulnerable a distintos fenómenos. Podemos tener ahora una sequía y luego, en un par de meses, inundaciones. Eso puede afectar a la producción de alimentos o los granos básicos, algo que después generaría inseguridad alimentaria o nutricional. Y son componentes que provocan migraciones. Es un efecto en cadena.

¿Qué asuntos ambientales deberían priorizarse de parte de los gobiernos de la región?

Deberían ser todas las áreas de la sociedad. Pero si se trata de priorizar, debería ser el tema de recursos hídricos porque es base para el desarrollo humano. ¿Qué se puede hacer sin agua? Hay integrantes de familias que se dedican solamente a buscar agua y otras comunidades que deben caminar kilómetros para tener agua que servirá para cocinar y para otras tareas domésticas.

Eso es el acceso al agua, pero también está el tema de los recursos hídricos. Debe hacerse un mejor manejo de las cuencas hidrográficas y del entorno, de los ecosistemas. Por eso también debe priorizarse el sector de la biodiversidad, como las áreas protegidas y los sistemas naturales. En ellos se conjuga, por ejemplo, la adaptación y la mitigación al cambio climático.

¿Considera que debe haber más regulación sobre el uso del agua? En el caso de Guatemala ni siquiera existe una ley sobre la utilización de los recursos hídricos.

Claro. Eso es básico. Aunque no tuviéramos problemas de cambio climático, deberíamos tener una regulación o normativa de las cuotas de acceso de agua. El problema es que se aprueban leyes, pero no se implementan instrumentos para hacerlas cumplir. Entonces las industrias siguen extrayendo el agua de manera inadecuada. Además, estas se incumplen por la corrupción en nuestros sistemas.

El acceso al agua está directamente relacionado con la salud. ¿También debería el sistema de salud adaptarse al cambio climático?

En la actualidad estamos viendo lo vulnerables que son nuestros sistemas de salud en la región, y yo poco he escuchado hablar de que busquen adaptarlos al cambio climático o de que ya estén pensando trabajar en ello. Pese a que puede fácilmente verse la relación de este con una mayor incidencia de ciertas enfermedades como el dengue, la malaria y el chikungunya.

El cambio climático está permitiendo que estos vectores de enfermedades amplíen las zonas donde pueden habitar. Por ejemplo, las actuales condiciones climáticas también han permitido que haya más mosquitos por más tiempo durante el año. Por eso también debe priorizarse el ordenamiento territorial de nuestras ciudades. Tomar medidas sobre el agua que consumimos y el lugar de donde viene. También medidas sobre las áreas verdes y las zonas de inundaciones.

Es decir, hay mucho trabajo por delante, en muchos de los sectores de la región.