Analizar y entender el impacto provocado por las tormentas Eta y Iota es fundamental para que se puedan tomar las medidas adecuadas y mitigar las consecuencias de estos fenómenos. En este análisis, Rüdiger Escobar Wolf, investigador científico de la Michigan Technological University, ingeniero civil y experto en riesgos geológicos, explica cuáles han sido los impactos de las tormentas, cuáles son los riesgos a futuro y qué podemos hacer para evitarlos.


Los huracanes Eta y Iota —que a Guatemala llegaron como tormenta tropical— causaron muerte y destrucción en un área muy extensa. Y aunque el impacto de dos huracanes de gran tamaño en el mes de noviembre es algo muy inusual para Guatemala, los efectos devastadores que tuvieron son, trágicamente, mucho más comunes de lo que como sociedad deberíamos tolerar.

Las amenazas asociadas a las lluvias extremas

En Guatemala las lluvias extremas son usualmente la causa principal de la destrucción asociada a los ciclones tropicales. Esa destrucción ocurre por dos procesos: los deslizamientos y las inundaciones.

Animación que muestra la acumulación de lluvia debido a la tormenta Eta, según estimaciones del Global Precipitation Measurement GPM-IMERG V6.

Al infiltrarse en el suelo y las rocas, el agua de lluvia puede reducir la resistencia de esos materiales. Si la lluvia es muy intensa y la pendiente es muy inclinada, el terreno puede colapsar bajo su propio peso y generar un deslizamiento.

La mayoría de los deslizamientos que se dan por la lluvia son pequeños y solo avanzan algunas decenas de metros, pero algunos pueden cubrir áreas mucho más grandes, y si alcanzan a alguna población, el resultado puede ser que decenas, cientos o incluso miles de personas mueran. Este fue el caso del deslizamiento que impactó a la comunidad Quejá, en San Cristóbal, Alta Verapaz, durante el huracán Eta.

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El agua que corre por la superficie también puede causar problemas. Normalmente esta agua llega a los ríos y estos la transportan hacia el mar. Pero cuando la cantidad es demasiado grande, el cauce del río no puede transportarla e inunda los terrenos cercanos, sobre todo si son relativamente planos. Este fue el caso de un área muy extensa en el valle del río Motagua, que afectó a comunidades como Morales, en Izabal.

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En algunos casos no es necesario que el terreno esté cerca de un río para estar expuesto a inundaciones. En terrenos “kársticos” (aquellos donde las rocas del subsuelo son calizas y han estado sujetas a la disolución y erosión por acción del agua a lo largo de millones de años), el agua subterránea puede jugar un papel importante en las inundaciones, al surgir desde el subsuelo y llenar las pequeñas cuencas topográficas, sin drenaje superficial conocidas como dolinas. Este fue el caso de la comunidad Campur, en San Pedro Carchá, Alta Verapaz.

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La cantidad de lluvia caída durante Eta y Iota en extensas áreas de los departamentos de Alta Verapaz, Quiché, Huehuetenango, Petén, e Izabal entre otros, alcanzó valores muy altos. Por ejemplo, en algunas áreas de Alta Verapaz llovió entre 150 y 200 milímetros en 24 horas. Según algunas estimaciones, esto ocurre solamente una vez cada 10 a 50 años, pero en noviembre del 2020, ocurrió dos veces en menos de un mes.

Cantidad de lluvia acumulada en las fincas Sepacay (San Cristóbal) y Santa Isabel (San Pedro Carchá) en Alta Verapaz, durante el huracán Eta. Datos de la la red meteorológica de ANACAFE y la Universidad del Valle de Guatemala

El impacto de las amenazas naturales en las personas y las comunidades

Un gran número de deslizamientos ocurrieron en áreas que van del departamento de Huehuetenango al de Izabal. Algunos impactaron en comunidades, y aunque la mayoría no llegaron a áreas pobladas, muchos causaron pérdidas en zonas de cultivos o cortaron carreteras y caminos, dejando poblaciones incomunicadas.

Mapa que muestra las áreas generales afectadas por deslizamientos e inundaciones en Guatemala, causados por Eta y Iota. Mapa base imagen MODIS cortesía de NASA.

De todos los casos individuales asociados a Eta y Iota, el más trágico por el número de muertes fue el deslizamiento que impactó al caserío Quejá en San Cristobal, Alta Verapaz. Este deslizamiento se desplazó unos 800 metros, cubriendo unos 120 mil metros cuadrados con rocas y lodo, destruyendo parcialmente el caserío y soterrando decenas de casas.

Aunque la Secretaria Ejecutiva de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) registra únicamente nueve personas fallecidas en todo el departamento de Alta Verapaz debido a Eta y Iota, ese número es claramente una subestimación muy grande. Solo en el caserío Quejá el número de muertos podría ser del orden de decenas o de cientos, en una comunidad con una población de 1,272 habitantes y 241 viviendas, según el censo del 2018.

Comparación de imágenes PlanetScope antes y después de los deslizamientos en el área de Quejá.

Otras áreas también fueron severamente afectadas por deslizamientos. Las comunidades de San Carlos Yajaucú y San Francisco en el municipio de San Juan Ixcoy, Huehuetenango, sufrieron una serie de deslizamientos y flujos de lodo causados por ambas tormentas. Se perdieron casas y terrenos agrícolas, y las comunidades quedaron incomunicadas al destruirse su principal vía de acceso.

Comparación de imágenes PlanetScope antes y después de los deslizamientos en el área de San Carlos Yajaucú y San Francisco.

El impacto de las inundaciones

La inundaciones también afectaron áreas muy extensas. Como es usual en este tipo de tormentas, los grandes sistemas fluviales, como el río Motagua, inundan amplias extensiones adyacentes y de poco relieve, algo que también pasó de forma similar durante el huracán Mitch en 1998.

Las áreas inundadas en el valle del Motagua excedieron los 400 kilómetros cuadrados, incluyendo grandes extensiones de cultivos de palma, banano, pastizales para crianza de ganado y otros productos agrícolas que se cultivan a gran escala.

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Centros poblados, como la cabecera municipal de Morales, Izabal, también fueron afectados. Las inundaciones del valle del Motagua impactaron principalmente en áreas de los departamentos de Izabal y Zacapa, y aunque la Secretaría Ejecutiva de la Conred registra 13 muertes debido a Eta y Iota en el departamento de Izabal y ninguna en Zacapa, también podría existir un subregistro.

Otros ríos mayores también provocaron inundaciones: el río Polochic, el río Cahabón (que afectó directamente a las ciudades de Cobán y San Pedro Carchá), el río La Pasión (que afectó a la ciudad de Sayaxché), y el río Usumacinta.

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A diferencia de las inundaciones asociadas a ríos, en un área extensa del departamento de Alta Verapaz ocurrieron otras asociadas al flujo de agua subterránea en terrenos kársticos, como fue el caso de Campur y Sesajal en San Pedro Carchá.

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En estos casos, el agua de lluvia que cayó en partes más elevadas no se escurrió sobre la superficie ni dentro del cauce de ríos superficiales, sino que se infiltró en el subsuelo y se movió lentamente hacia los terrenos más bajos de Campur y Sesajal, que además se encuentran dentro de depresiones topográficas sin drenaje superficial.

Al encontrar estas depresiones, el agua subterránea brotó a la superficie y las inundó. Por ser un proceso lento, siguió subiendo de nivel incluso días después de que las tormentas ya habían pasado. El drenaje subterráneo que permitió la recesión de la inundación fue igualmente lento, y se prolongó por meses.

Mapa interactivo que muestra dos imágenes satelitales, antes y después de los huracanes Eta y Iota. Las áreas inundadas aparecen en tonalidades azules, del claro (inundaciones fluviales con sedimentos) al oscuro (inundaciones en áreas kársticas).

Comparación de imágenes PlanetScope antes y después de las inundaciones en el área de Campur.

Comparación de imágenes PlanetScope antes y después de las inundaciones en el área de Sesajal.

En su conteo final, la Secretaría Ejecutiva de la Conred estima que, en total, Eta y Iota dejaron 54 personas muertas, 100 desaparecidas (que para fines prácticos deberían sumarse a los muertos), 21 personas heridas y más de 300 mil personas evacuadas. El número real de muertos es probablemente mucho mayor.

El recuento oficial de daños también incluye miles de casas destruidas y decenas de miles dañadas, cientos de tramos carreteros afectados, incluyendo 44 puentes destruidos y 77 puentes dañados. El daño a infraestructura de servicios públicos de educación o de salud también es muy alto.

Y a todo esto debemos sumar el daño directo a los medios de vida de una gran parte de la población en las áreas directamente impactada por las lluvias extremas, principalmente el daño a la agricultura.

¿Cuál es el riesgo para Guatemala?

Eta y Iota son un ejemplo trágico del daño que este tipo de tormentas puede causar en nuestro país, y como tal se suman a una larga lista de otros casos que han ocurrido en el pasado. En décadas recientes, nombres como Mitch, Stan, y Agatha nos recuerdan los desastres asociados a esas tormentas. Todas resultaron en cientos o miles de muertes y en enormes daños a los medios de vida de la población.

La lista se alarga si nos extendemos hacia el pasado, con otros nombres que quizás ya hemos olvidado, como Paul en 1982, que causó más de 600 muertes, o incluso tormentas sin nombres, como los temporales de 1949, con miles de personas fallecidas.

Y podemos extendernos hasta el flujo de lodo y escombros que descendió del Volcán de Agua en septiembre de 1541 y destruyó la que en aquel tiempo fuera la capital colonial de Guatemala.

De estos ejemplos nos queda claro que el riesgo de que desastres similares vuelvan a ocurrir en un futuro próximo es muy alto. Más aún si consideramos posibles escenarios críticos que podrían resultar en números incluso más altos de muertes y de daños.

Uno de los escenarios más preocupantes es que un evento de lluvia extrema impacte directamente un área urbana mayor, como la Ciudad de Guatemala. La tragedia de El Cambray II en el 2015 resultó en la pérdida de cientos de vidas, pero no estuvo asociado a lluvias extremas.

Una tormenta que genere lluvia extrema en el área de la Ciudad de Guatemala podría generar no solo uno, sino varios deslizamientos similares a los de El Cambray II, en los muchos barrancos y áreas de pendiente inclinada de la ciudad.

Este escenario podría resultar en miles o quizás decenas de miles de muertes. Otras áreas urbanas grandes y de rápido crecimiento, que se encuentran en zonas montañosas o adyacentes a ellas, como Quetzaltenango, también podrían en un futuro exponer a una gran cantidad de población a estas amenazas.

¿Qué podemos hacer para reducir ese riesgo?

El primer paso debe ser conocer y entender mejor el riesgo. Debemos saber qué áreas están expuestas a las amenazas de deslizamientos e inundaciones, a un nivel de detalle suficientemente alto para poder enfocarse en esas áreas y tomar medidas adecuadas.

Esto requiere invertir recursos en investigación y estudios para el mapeo de la amenaza naturales y las dinámicas de la vulnerabilidad poblacional, e involucrar a las instituciones del Estado a cargo del análisis técnico de estos fenómenos naturales, como el Insivumeh y la Secretaria Ejecutiva de la Conred, pero también los centros académicos y universidades nacionales e internacionales, que poseen las capacidades técnicas y científicas para este tipo de estudios.

Y aunque ha habido múltiples estudios sobre diversos aspectos de la amenaza, la vulnerabilidad y el riesgo de este tipo de tormentas en Guatemala, lo que se requiere es un abordaje integral y desde una perspectiva más amplia, que permita desarrollar una estrategia nacional para la reducción del riesgo debido a estos fenómenos.

En los casos más extremos, podrá plantearse la reubicación física de las comunidades que están más expuestas a las amenazas. Esta estrategia requiere una cantidad enorme de recursos para poder garantizar una alternativa digna a las comunidades, en términos de su calidad y medios de vida. También requiere una gran apertura y un alto grado de confianza en el proceso de mitigación por parte de las comunidades. Sobre todo en el contexto de los conflictos por la tierra y la defensa del territorio.

Otra estrategia importante y que podría aplicarse cuando la reubicación no es factible, es la implementación de sistemas de alerta temprana, que sean efectivos y logren salvar vidas por medio de la evacuación de la población durante una crisis.

Predecir con certeza el impacto de las amenazas es imposible, pero pronosticar dentro de ciertos límites de incertidumbre cuáles son los escenarios de impacto más probables y significativos y actuar de acuerdo a ellos, debe ser posible.

Por ejemplo, con al menos siete días de anticipación, los modelos numéricos globales de pronóstico meteorológico anticiparon la posibilidad de lluvias extremas en las áreas que fueron afectadas por Eta y Iota. Es inaceptable pensar que teniendo ese tipo de información, con tanto tiempo de antelación, no sea posible hacer algo significativo para evitar tragedias como la del caserío Quejá.

Gráfica del pronóstico de la lluvia acumulada del modelo de pronóstico meteorológico global GFS de la NOAA (Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos), para algunas áreas impactadas por Eta. El pronóstico fue generado siete días antes del impacto, y en la gráfica puede verse que los valores pronosticados de lluvia llegan a exceder los 200 milímetros en un día para algunos de los lugares.

Las perspectivas a futuro

Si el pasado reciente deja una perspectiva preocupante sobre el riesgo, la tendencia a futuro nos da un panorama aún más sombrío, dado que dos factores importantes convergen para agravar el problema del riesgo por lluvias extremas.

En primer lugar, la cantidad de población expuesta a deslizamientos e inundaciones tiende a aumentar, debido no sólo al incremento poblacional si no a la marginación de amplios sectores de la población, que los lleva a vivir en condiciones inseguras. Un ejemplo son los barrancos alrededor de la Ciudad de Guatemala.

El segundo factor que tiende a incrementar el riesgo a futuro es el cambio climático. Según proyecciones del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, bajo ciertos escenarios de calentamiento global, la frecuencia de los ciclones tropicales más intensos y las cantidades de lluvia producida por estas tormentas tenderá a aumentar en el futuro. Eso se traduciría en una mayor frecuencia de lluvias extremas, como las que ocurrieron durante Eta y Iota, con los impactos que eso implica.

[Lee aquí la entrevista a Tania Guillén sobre los efectos del cambio climático en los fenómenos naturales]

Y a un nivel más local, el riesgo a desastres en Guatemala está íntimamente ligado a otro problema igualmente importante y que también requiere de atención urgente: la degradación ambiental.

La pérdida de cobertura boscosa, la impermeabilización de superficies por la urbanización y otros procesos que comúnmente suelen verse como problemas de degradación ambiental, contribuyen también al magnificar el riesgo a deslizamientos e inundaciones. Por lo tanto, soluciones de largo plazo para los problemas ambientales como el ordenamiento territorial, podrían contribuir a reducir el riesgo asociado a lluvias extremas.

Aunque el problema del riesgo a desastres causados por lluvias extremas como las ocurridas durante Eta y Iota es grave, las soluciones de largo plazo son posibles. Requerirán de un gran esfuerzo colectivo a nivel de nación, y enfrentan grandes retos en su implementación, pero la alternativa de no hacer nada y simplemente ser espectadores de los desastres que seguirán ocurriendo, no es una opción aceptable.