En Las Mercedes I, en Alta Verapaz, casi en la frontera con México, viven a merced del río. Saben que todos los años habrá crecidas e inundaciones. Hace unos meses, después de varios avisos, el río Chixoy se desbordó e inundó la comunidad. Esta vez cubrió todas las casas. Los cultivos se perdieron, los animales murieron y la gente se quedó sin vivienda, sin sus posesiones y sin su reserva de alimentos. Se quieren ir, pero no tienen a dónde. 


En Las Mercedes I, viven a merced del río. En verano, cuando el caudal baja, el nivel de los pozos también disminuye y toca racionar el agua. En invierno, con las lluvias, todos los años pasa lo mismo: el río se desborda y las crecidas alcanzan las casas.

La gente lo sabe y está acostumbrada. Por eso, muchas viviendas tienen un primer piso de block y un segundo de madera. Saben a qué altura llega el agua cuando crece el río y organizan el espacio para evitar sustos.

Pero en noviembre del año pasado, con las tormentas Eta y Iota, el agua no se quedó en las primeras dos hileras de ladrillos de concreto. Alcanzó el tercero, luego el cuarto, luego el quinto. Cubrió el primer nivel y llegó al segundo, al de madera, del que algunas personas tuvieron que saltar a las lanchas de los vecinos, que pasaron a recogerlas. El agua arrastró ropa, trastes, basura y animales. 

La comunidad pasó a ser parte del curso del río Chixoy durante casi un mes y la gente no pudo regresar a sus casas en todo ese tiempo. Vivieron en albergues y “de prestado”, en viviendas de familiares y vecinos.

Las Mercedes aparece en el mapa como un pequeño reducto de casitas rodeadas de verde, que descansan al borde de uno de los meandros del río Chixoy. Este río no tiene un solo nombre

En el punto en el que nace, entre Huehuetenango y Quiché, le llaman Pacaranat. A medida que avanza hacia el norte, recibe el nombre de las cuencas por las que serpentea: el Serchil, el Negro, el Salinas. Aquí, en Las Mercedes I, se llama Chixoy. 

Es el segundo río más largo de Guatemala. Tiene más de 400 kilómetros de largo y en su camino —a unos 150 kilómetros de Las Mercedes— nutre la hidroeléctrica con la que comparte nombre.

 El río Chixoy, a la altura de Las Mercedes I. Fotografía: Carlos Alonzo.

La comunidad de Las Mercedes I, de unas 70 viviendas, es un vértice al noroeste del departamento de Alta Verapaz. Sólo la separan de Quiché unos metros y el afluente del río. Por el camino al norte, a menos de cuatro kilómetros ya se está en Petén y sobre el mapa, en línea recta, México queda a tres kilómetros. 

Se llega al lugar después de tomar un desvío en la Franja Transversal del Norte, y de pasar un largo camino de tierra blanca, caliza, por el que es fácil perderse. Es fácil, porque a los lados todo es lo mismo: palma africana.

La palmera Industria Chiquibul es dueña de los kilómetros de plantaciones a este lado de Chisec. Según esta publicación de Mongabay Latam, la empresa empezó a comprar terrenos a la población q’eqchi’ en 2001, para expandir la palma africana por la región. 

La gente que vive en Las Mercedes I llegó al lugar hace unos 40 años. Apareció aquí en busca de trabajo en las fincas cercanas, o huyendo de la guerra, que había arrasado zonas de Alta Verapaz y que luego alcanzaría a la comunidad. 

Rosa Caal tiene 46 años. Nació en una aldea llamada Chiacam, a 38 kilómetros de Cobán, camino de Lanquín. Vino a Las Mercedes I a principios de los 80, todavía niña, con cinco años. Venía con su mamá, su papá y tres hermanos.

 Rosa Caal, en la entrada de su casa, a la orilla del río Chixoy. Fotografía: Carlos Alonzo

La comunidad se formó con 28 familias. Rosa cuenta en q’eqchi’ cómo el Ejército llegaba a Las Mercedes I y obligaba a los hombres a patrullar el lugar. Las mujeres se quedaban encerradas en una casa, en silencio, sin hacer bulla. Uno de los hombres de la comunidad un día desapareció y nunca más supieron de él. 

La historia de Las Mercedes I es la historia de la constante huida de comunidades en Guatemala en los años de la guerra. El informe del Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica (Remhi), Guatemala nunca más, documentó violaciones a derechos humanos de 55,021 víctimas en todo el país, entre 1960 y 1996, aunque la mayoría se registraron entre 1980 y 1983, durante los gobiernos militares de Fernando Romeo Lucas Castillo y Efraín Ríos Montt. 

En el informe se registran amenazas, torturas, detenciones irregulares, desapariciones forzadas, secuestros, violaciones sexuales, y miles de muertes, además de 422 masacres, 63 de ellas en Alta Verapaz.

Se estima que un millón de personas se desplazaron para huir de la crudeza de la guerra. Esto implicó para muchas dejar sus casas y perder sus tierras y a su familia.

A pocas viviendas de Rosa vive Luisa Caal Coy. Luisa no habla español y prefiere que sea su hija Carmen quien converse. Carmen tiene 22 años y de la guerra sabe lo que le contó su mamá. “Ella llegó aquí buscando un terreno y… bueno, también por la guerra —cuenta—. Vivían en Carchá y estaba peligroso. Unos de la familia vinieron para acá, otros se fueron a otros lugares, por eso la familia ahora está esparcida en otros municipios. A algunos los conocemos y a otros no”.

Carmen Coy prepara las tortillas para el almuerzo en la cocina de su casa. Fotografía: Carlos Alonzo

Su mamá no cuenta mucho de lo que pasó, pero Carmen sabe que Luisa se encerraba en la cocina de la casa y que miembros del Ejército somataban la puerta para poder entrar: “A ella la golpeaban mucho, era muy doloroso lo que pasaba antes, me decía mi mamá”.

La guerra arrinconó a las personas que habitan Las Mercedes I en este trozo de tierra entre Guatemala y México, y que en noviembre volvió a expulsarlos de nuevo.

***

Desde que llegaron a Las Mercedes I a inicios de los 80, las mujeres de la comunidad recuerdan, además de la guerra, las complicaciones con el río. Rosa cuenta que a veces el río se sale de día, a veces de noche. Es algo impredecible, al menos para la gente que vive en el lugar. “Cuando sentimos, el río ya creció”, resume.

Con el comienzo de las lluvias se preparan, por lo que pueda pasar. Suben los alimentos a las zonas altas de las casas, recogen los animales, y si la cosa pinta muy mal, empiezan a buscar refugio. 

La casa de Rosa, donde vive con su esposo, su hijo y su suegra, es la más cercana al río, así que sabe que, sí o sí, cuando el agua se desborda, va a llegar a su vivienda. No puede hacer mucho más que plantar algunas matas entre la casa y el cauce, para que logren frenar un poco la corriente. Su casa es toda de tablones de madera, que poco a poco se han ido pudriendo. 

Además, con cada crecida, el río le come un bocado a la tierra. Y con cada temblor que sacude frecuentemente la comunidad, el terreno va cediendo. Así que la casa de Rosa está cada vez más cerca del agua. 

Las crecidas del río Chixoy han sido avisos para las personas de Las Mercedes I. Advertencias para lo que estaba por venir hace unos meses.

Cuando anunciaron que una tormenta llegaría a Guatemala, a Rosa, igual que a muchos de los vecinos de la comunidad, le vino el recuerdo del huracán Mitch, por las mismas fechas en 1998. 

Mitch entró en Guatemala por Honduras, provocó la muerte de 268 personas en todo el país y se llevó por delante casas, carreteras, puentes y cultivos. Entonces, Las Mercedes I quedó sumergida en el agua turbia durante días. Y eso mismo pasó en noviembre de 2020.

En la radio habían dicho que era importante que la gente se alejara de los nacimientos y de los ríos. Estaban avisados, dice Rosa, pero el agua vino de un solo. 

Con ETA, a inicios de noviembre, apareció despacio, “Timiiil, timiiil”: “Lento”, narra Rosa en q’eqchi’. Acompaña sus palabras con sus manos y con su gesto, pausado. Después avanzó más rápido. Pero no tanto como con Iota. “Wal kau ru xk’ulun”. “Muy fuerte vino”. No les dio tiempo de sacar su ropa, sus trastos, sus ollas. Todo se lo llevó el río. 

La familia de Rosa no tenía a dónde ir. Sólo buscaron un lugar seco. Como su suegra no ve bien, pagaron una lancha que las llevara a una comunidad cercana, donde pidieron asilo en un salón. Pasaron un mes ahí. 

El retroceso del agua tuvo una dinámica opuesta. Con Eta, se fue más o menos rápido, en una semana. El agua de Iota se quedó casi tres semanas. 

Cuando regresaron a sus casas, todo estaba empapado, embarrado, inservible. A los animales que no lograron sacar en lanchas, se los llevó el agua. El pozo de la comunidad se llenó de basura que hoy, a principios de febrero, todavía sigue sucia. Los vecinos tratan de sacar los botes, las cubetas y los trapos que nadan en el agua del pozo pero, por ahora, esa es la que usan para tomar.

Plantas de milpa a uno de los lados del río Chixoy. Fotografía: Carlos Alonzo

El gusano de la milpa

Las Mercedes I —igual que muchas otras comunidades en Guatemala— también vive a merced del clima y de las estaciones. Siembran maíz dos veces al año, en marzo y en noviembre. Cuando hacen la cosecha, calculan lo que consumirán los próximos seis meses. Guardan las mazorcas que les harán falta y venden el resto. Luego hacen la siguiente siembra. Así cada año.

Por eso, cuando el Chixoy creció en noviembre del año pasado, muchas familias perdieron lo que habían guardado para consumir los siguientes seis meses. 

Así le pasó a la de Luisa Caal Coy. Su hija Carmen cuenta que tienen dos manzanas de maíz y frijol, cerca de su casa. La inundación se lo llevó todo. “Ese día fue un desastre, pensábamos que iba a ser menos pero fue un desastre”, recuerda.

No pudieron recoger nada. “Nunca había pasado eso, nunca en la vida”, dice Carmen. El agua les llegaba por debajo de la rodilla cuando se fueron. No estaba muy alta, pero venía con tanta fuerza que las arrastraba, así que tuvieron que tomar una lancha. A los animales los dejaron en una construcción de concreto que tienen a la par de la casa, de un metro y medio de alto, pero el agua los alcanzó y se los llevó. 

En el primer nivel de su casa, de ladrillos de cemento(el segundo es de madera), hay dos marcas. La primera, de tonos verdosos, de cinco bloques de alto, señala el paso de Eta. La segunda, un bloque más arriba, el de Iota. En un clavo, a la altura de la segunda marca, hay una mascarilla quirúrgica, sucia de tierra, que Luisa recoge para colocarla sobre su rostro. A Las Mercedes I también llegó la pandemia. 

Carmen Coy señala la marca del agua en la pared de hormigón de su casa. Fotografía: Carlos Alonzo.

En la casa guardaban 10 costales llenos de mazorcas de maíz y de frijol, recién recogidos. Era la reserva que consumirían de noviembre a marzo de este año, cuando recogerían la nueva cosecha. Cuando regresaron, apenas quedaban tres costales.

A Rosa le pasó lo mismo. Cuando empezaron las lluvias, logró recoger dos costales de maíz y los llevó a casa de su hermana, en la entrada de la comunidad. Normalmente el agua no llega hasta ahí, así que pensó que estarían a salvo. Pero el agua apareció y se llevó los dos costales con las mazorcas.

Las dos mujeres plantaron tarde la milpa de la segunda siembra. Tenían que sembrarla en noviembre, pero Rosa lo hizo el 28 de diciembre y Luisa a principios de enero. 

Por eso ahora, a los lados del camino en la entrada de Las Mercedes I, la milpa que debía haber crecido ya un par de metros, queda apenas a la altura de la rodilla. 

No saben si terminará de darse, porque con la lluvia llegó un gusano —el gusano cogollero, que también apareció en otras áreas de Alta Verapaz e Izabal—, que tomó los cultivos de maíz y que ataca las plantas de milpa desde la raíz. Es imposible matarlo sin insecticidas o plaguicidas, y ninguna de las dos tiene nada de eso.

Plantas de milpa a lo largo de uno de los meandros del río Chixoy. Fotografía: Carlos Alonzo.

En su informe de daños de Eta y Iota, el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación no menciona ningún brote ni ninguna plaga —por un gusano o por cualquier otra especie—. Sí destaca el maíz como uno de los cultivos más afectados por las tormentas. 

El documento no segrega la información por municipios o por aldeas ni por tipo de cultivo. Únicamente menciona que se estima un área dañada de más de 136 mil hectáreas y más de 200 mil familias afectadas. Se estiman pérdidas económicas de casi Q900 millones. 

Rosa recuerda que, además del gusano y de la tardanza en la siembra, hay que sumar que ahora empieza la época de sequía y faltará agua para el riego. 

Ella tenía a la par de su casa de madera una pequeña plantación de tomate, yuca, samat, cilantro y hierbabuena. Todo lo arrastró el agua. Por suerte, dice, había guardado unas semillas de tomate, que ahora sembrará de nuevo.

El apego

Las Mercedes I parece una comunidad de mujeres. Al llegar al lugar, por la carretera de tierra blanca, se ven varios grupos de señoras que caminan a la iglesia o que van a casa de alguna vecina. Son ellas las que lavan en el río, las que recogen el maíz y las que cuidan de sus cosechas.

También hay hombres, claro, que ayudan a reconstruir las casas o que fumigan el maíz, pero las mujeres son mayoría en Las Mercedes I.

En la comunidad, varios de ellos migraron al norte. Rosa dice que en los últimos años, se supo de 14 que intentaron el viaje. Solo dos regresaron, porque no lograron cruzar la frontera. El esposo de Argelia, la hermana de Luisa, migró hace unos años. 

Ni Rosa, ni Luisa ni otras mujeres con las que hablamos tienen un apego fuerte por Las Mercedes I. También se irían, si pudieran. Quizás no al norte, pero sí a algún cerro cercano, donde no llegara el agua. Donde no pasaran el miedo que pasan con cada temblor, que remueve la tierra y las deja con una sensación de que, en cualquier momento, el piso se hundirá y la comunidad terminará en el río.

No se van, dicen, porque los terrenos están muy caros. “No hay económico con qué comprar, no hay cómo salir”, dice Rosa del Carmen Morente, otra vecina. 

Rosa del Carmen Morente, dentro de su casa en Las Mercedes I. Fotografía: Carlos Alonzo.

Así que ahora, y hasta que Las Mercedes I resista la erosión del río, los temblores y las crecidas, tocará seguir aquí, a la espera de otro desastre que quizás se produzca, quizás no. Seguir a merced del clima, cada vez más duro y más extremo, a merced de la ayuda que pueda llegar, a merced de la voluntad de un río.